Las mujeres siempre marcan a sus hombres. De alguna
forma. Porque ellas eligen o se dejan elegir, lo que viene a ser lo mismo. La
manera más habitual es el estómago. Apuntan a la guata. Allí donde se sienten
mariposas revoloteando cuando alguien se enamora. La Jose no iba a ser
diferente. Se llamaba Jocelyn, pero, desde chica, nadie se complicó tratando de
pronunciar su nombre completo.
También, desde la niñez, venía oyendo a su madre, decir:
“A éste le dieron agüepoto. Por eso se puso así. Eso no
tiene contra y yo se que lo voy a perder.”
El padre de la Jose se fue de la casa cuando ella todavía
no era una mujer. Moría de curiosidad por saber qué era el agüepoto. No se
atrevía a preguntar porque su madre le tenía prohibido meterse en las conversaciones
de mayores. Y esa cuestión se hablaba solamente entre mujeres grandes y sin maridos
presentes. Cada vez que un marido se iba de su casa, esa misma frase volvía a
aparecer en los comentarios de las mujeres. Pero también cuando un hombre,
enloquecido, asesinaba a su pareja. Pero, en éstas ocasiones bajaban la voz y
hablaban cuchicheando y no lograba descifrar los diálogos. Algo había sobre una
regla que debía cumplirse. Era todo lo que alcanzaba a entender.
La Jose era hija única de un matrimonio de inquilinos de
un predio agrícola en el sur de Chile.
El patrón venía al campo una vez al año, para las cosechas, al reparto de medierías. En los
últimos años, acudía con un hijo suyo, de una edad muy similar a la de la Jose.
La madre le tenía prohibido acercarse al patroncito chico porque el futre ponía
mala cara.
Había que cuidar las relaciones con el patrón porque se
habían logrado mantener gracias a que su madre ordeñaba, hacía quesos, criaba
pavos y buscaba medieros para el fundo. Todo en mediería.
Pero los críos crecen rápido. Y hubo un verano en que las
miradas de la Jose y del patroncito chico ya no fueron infantiles. Aunque desde
lejos, a ella le dio calor y el muchacho
repetía sus miradas. Eso fue todo. Pero suficiente para que la Jose no lo apartara
más de su mente.
Para las Cármenes, mataron un chancho. Se juntó harta
gente. Y las muchachas solteras se agruparon para contar sus aventuras
amorosas.
El Chelo anda empotao con la Tere, decía una, riendo. Ésos
van a terminar mancornaos.
Y cómo lo hizo pa dejarlo tan empotao...?
Un estruendoso estallido de carcajadas juveniles apagó la
pregunta de la Jose.
Una vez calmada la algarabía, la mayor del grupo, aún
sonriendo, le dijo:
-Si querís que un hombre se empote contigo, le tenís que
dar agüepoto. Pero no le dai la pasá. Hasta que te pida matrimonio. Y te
aseguro que ese hombre no se va a olvidar nunca más de ti. Con eso lo dejai
marcado. Tuyo para siempre. Y voh, a quién querís empotar si pasái encerrá
nomáh...?
La Jose, roja de vergüenza, arrancó a la cocina para
ayudar a su abuela a rellenar unas prietas.
La anciana de agudos ojos negros bajo un moño canoso, un
curtido rostro plegado en arrugas, de contextura vigorosa, era franca, ruda y
mal hablada. Acostumbrada a todo tipo de labores rústicas. Desde empuñar el
arado echándole puteadas a una yegua mañosa, enyugar y picanear bueyes, lavar
ropa en el estero y pelar mote con lejía en piedra, hasta cocinar en ollas de
fierro colgadas sobre una fogata. En ausencia de su hombre había construido un
matriarcado. Y sabía de todo.
-Y tú por qué venís como tomate...? Algo te pasa a vos. Yo
te conozco. Habla, chiquilla.
-Tái pololeando o le echaste el ojo a algún tiuque. No me
vai a salir con un domingo 7.
-No, agüela. No es ná eso. Es que le quiero preguntar una
cuestión y me da cosa.
-Pregunta nomáh, caurita, que pa eso está tu agüela. A mi
ya náiden me va a achunchar con na.
-Agüela, qué es esa cuestión que le dan las mujeres a los
hombres pa dejarlos empotaos...?
-Weno, chiquilla. Ya estái grandecita, tetona y peluíta.
Será mejor que yo te enseñe toitito ahora. Pon mucha atención porque no te lo
voy a andar repicando. Tu maire se puede enojar si sabe que yo te lo dije. Ella
perdió a tu paire por eso. Por no hacerme juicio a tiempo. Al hombre hay que
marcarlo como a los bueyes. Si no lo hacís tú, lo hará la otra. Y te lo quita.
Y te caga la vida.
-Te sabís los días en que podís quedar preñá?
Y cuándo será eso? Se pregunta mentalmente.
-La carita que ponís. Mira, chiquilla. Sabís cuando te
llega la regla y cuando te le corta, no es cierto?
La Jose, muda de pudor, asiente con la cabeza.
-Weno. Del último día de regla, dejái pasar una semana
más.
-De ahí p'adelante y hasta tres días antes que te llegue
de nuevo.
-Si te metís con un perico en ésos días, fijo que te pintan
un huacho.
-En ésas semanas una anda muy caliente, a veces. Es tanto
que se llegan a mojar los calzones.
-Weno. Esa agüita que te corre es el agüepoto.
La Jose está perpleja, abrumada, alucinada por la
revelación. Y la abuela sigue hablando.
-Has visto a los animales en celo? Los machos lamen el choro
de las hembras. Y ellas se dejan. Y después viene la pelea. Se sacan la cresta
entre ellos. Y ella espera. El que gana se la come. Así funciona la cosa. Pero
los humanos hacen puras weás. Se bañan. Tratan de eliminar todos sus olores. Y
más encima se perfuman los weones. Weones ridículos. La Naturaleza les vuela la
raja.
-A los hombres les gusta lengüetear la cosa de las
mujeres. Pero tenís que tener cuidado. Mucho cuidado. Si el hombre te llega a
lengüetear cuando andai con la regla, se va a trastornar. Les afecta la cabeza.
Se ponen violentos, agresivos, obsesivos, posesivos, muy celosos. Endemoniados.
Ahí es cuando llegan a matar a una
mujer. Algunas mujeres hacen eso cuando quieren vengarse de un fulano. Pero les
sale el tiro por la culata.
El patroncito chico vendrá, desde la capital, acompañando
a su padre el próximo fin de semana.
Habrá que esperarlos con una buena cazuela de pava con
chuchoca en el fundo.
La Jose tiene intensos sueños húmedos reiterados a causa
de su ilusionada pretensión amorosa. Moja abundantemente sus calzones en cada
noche previa. Los enjuaga a diario con agua pura que estruja y acumula
cuidadosamente en una botella, como si fuera una delicada esencia.
Ella pondrá la mesa y servirá los platos ese día.
Hugo Marchant Q. @Contimasque