miércoles, 6 de mayo de 2020

EL CUENTA CUENTOS

NOTA PREVIA:

Este es el tercer relato que hago de uno de mis cuentos. La versión original ocurrió en 1964, de modo oral improvisado, transmitido directamente al aire, como contenido del programa "El cuenta cuentos", en radio Chacabuco de Quillota, ante un grupo de niños presentes.

La segunda vez, a comienzos de los 80 también se realizó en forma oral, durante un viaje en el vagón de un tren turístico entre Constitución y Maquegua, dirigido a mis sobrinos pero entretuvo casualmente a los demás pasajeros cercanos.

Estas tres versiones difieren entre sí por los elementos de relleno accesorios al argumento eje. Esos accesorios brindan amenidad circunstancial poblando el escenario donde se desenvuelve el personaje central.

Existe, sin embargo, una cuarta versión, inscrita legamente en Chile con el número 61.390 por la escritora ya fallecida Maité Allamand, cuya primera impresión ocurre en 1985. Esta versión difiere de las mías en el relleno accesorio de ambientación y en el remate final. Los lectores podrán sacar sus conclusiones por simple comparación entre las versiones escritas.
Dejo acá un enlace al cuento homónimo de esa escritora:

https://vdocuments.mx/alamito-el-largo.html  

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ALAMITO EL LARGO

Los árboles no pueden caminar. Crecen y mueren en el mismo lugar donde nacieron. Donde caen sus semillas o donde alguien los planta.  Pero mientras viven les agrada estar juntos. Y se ayudan entre ellos. Así como los humanos se organizan en ciudades,  ellos forman bosques. Comparten la sombra, la lluvia y el rocío. Así mantienen la humedad del suelo donde habitan.

Los bosques están llenos de sorpresas. Pero solo pueden descubrirlas quienes viven allí por largo tiempo. Están, por ejemplo, los ojos de los viejos troncos. Llenos de arrugas como los abuelos. Vigilan, muy atentos y preocupados, a los desconocidos que se internan a explorar. Sus ceños fruncidos esconden experiencias que los fueron haciendo cada día más sabios. Cada arruga oculta una enseñanza. 

Todos los árboles del bosque aprenden a reconocer sus visitantes.
Porque cada persona que se adentra en un bosque deja huellas. No respetan la hierba ni los hongos ni los nuevos arbolitos que nacen asomando sus brotes entre las hojas secas.

Los adultos, sobre todo, van de prisa, como si su tiempo fuera siempre muy escaso. Sus ojos miran como ideas fijas. Transpiran, ansiosos, por conseguir lo que buscan. Descargan su frustración rompiendo cosas.   

Algunos de los intrusos acuden en busca de leña. Se puede adivinar sus intenciones por las herramientas que portan. Su crueldad va dejando heridas en los troncos a medida que avanzan bosque adentro y prueban el filo de sus hachas. Los árboles del bosque temen a los adultos.

A los niños, en cambio, les sobra el tiempo. Miran todo con asombro. Se abrazan a los troncos. Retozan curiosos y se detienen ante cada cosa que llama su atención.  Llenan sus bolsillos con trocitos de corteza, algunas semillas, hojas de formas raras y flores olorosas. Los habitantes de los bosques se divierten con los niños.

En medio de uno de esos bosques vivía Alamito el Largo. Desde que brotó del suelo se esforzó por estirar el cuello tanto como le fue posible. Tenía una prisa enorme por crecer porque el lugar donde nació era oscuro y silencioso. Se sentía misteriosamente atraído por los rayos de luz que divisaba desde abajo. entre las ramas de los viejos árboles vecinos. Ansiaba conocer el sol.

Pronto aprendió que cuanto más alto se empinaba más rayos de luz podía divisar y había más tibieza en el ambiente. En su afán por crecer nunca engordó demasiado. Se mantenía siempre muy espigado. 

Abajo, cerca del suelo, donde él crecía, siempre todo es apacible. Pero, más arriba, parece haber fiestas y bullicio. En los días de viento sobre todo, las ramas bailan. Las más gordas se mecen lentamente y las más delgadas sacuden con fuerza su entusiasmo. Los troncos más viejos gruñen quejándose del ruido. Mientras tanto, las hojas aplauden, agitadas. Se sueltan de las ramas y giran danzando alegremente. Cuando se cansan, se acuestan sobre el suelo formando alfombras de colores.

De tanto estirarse, Alamito  descubrió que el cielo se llena de pequeñas y brillantes luces cada noche. Y le nació el deseo por descubrir nuevas cosas.
Pero de dónde sacó Alamito la descabellada idea de convertirse en mástil de un velero? Aunque ustedes no lo crean, del canto de los pájaros.

El búho que todo lo sabía dijo que se lo cantó un chercán. El chercán dijo que se lo cantó el jilguero. El jilguero dijo que se lo cantó la diuca. La diuca dijo que se lo cantó el zorzal. El zorzal dijo que lo cantaba el tiuque. El tiuque dijo que lo cantaba el pitío. El pitío dijo que lo cantaba la garza. La garza dijo que lo cantaba la gaviota y la gaviota dijo que se lo escuchó al pelícano. El pelícano dijo que si no le creían, traería al albatros de testigo. El albatros dijo que él sobrevolaba los océanos. Que allí siempre había barcos, veleros y comida en abundancia.

Y qué es un albatros silbó el peuco. Pregunten al gorrión que se cuela por todas partes cantó el cernícalo. Entonces, el gorrión tomó la palabra trinando que el albatros es el ave más grande del mundo, con enormes alas y plumas blancas. Que recorre todos los océanos de agua tan salada que no se puede beber, persiguiendo a los barcos de pescadores.

Pero qué son los océanos chilló el tiuque.
Y qué son los barcos cantó el zorzal.
Y qué son los pescadores canturreó la diuca.
Y por qué los océanos son de agua salada gorgoreó el jilguero.
Y por qué los albatros persiguen a los barcos de pescadores chifló el chercán.
Que el búho nos explique todo cantaron todos en coro.

El búho, encaramado sobre un tronco seco, les cantó todo lo que sabía con estas palabras:

"Los bosques y las ciudades están sobre la tierra. Pero hay tierra solamente en algunas partes. Todo lo demás está cubierto de agua."
"La lluvia que cae lava la tierrra y se acumula en arroyos. Los arroyos se juntan formando ríos y todos los ríos van a dar a los océanos."
"El agua de los ríos arrastra la sal que hay en la tierra y la entrega a los océanos."
"Los océanos son inmensas extensiones de agua salada donde viven los peces que pescan los pescadores."
"Los albatros siguen a esos barcos para quitarles los pescados encerrrados en las redes que sumergen los pescadores para atrapar peces."

Pero de dónde viene la lluvia, murmuró el jote.
El búho lo miró con desgano y prosiguío:

"El sol calienta los océanos. El agua se evapora formando nubes. Las nubes al enfriarse caen en forma de lluvia."
 "Los barcos son como cáscaras de nuez gigantes cnstruidas por los humanos para viajar por los océanos. Pero los más hermosos de todos son los veleros."
"Se llaman así porque usan grandes trozos de lona llamados velas amarradas a enormes mástiles hechos de troncos muy rectos y largos. El viento sopla sobre las velas empujando el velero a su destino." 

Chitas que habla bien dijo el pequén.
Pero cómo tanta agua dijo la tagua.
Eso debe quedar lejos dijo el azulejo.
Hay algo que no entendí dijo el colibrí.
Esto es estrafalario dijo el canario.
La cosa se ve confusa dijo la lechuza.
No me lo imaginaba dijo la pava.
Quién sabe cómo termina dijo la gallina.
No metan tanta bulla dijo la grulla.
Me van a dejar sordo dijo el tordo.
No hablen todos en coro dijo el loro.
Me tienen paranoica dijo la lloica.
Paren la chimuchina dijo la golondrina.
Ya me tienen chato dijo el pato.
Que le ponen color dijo el picaflor.
Cállense que da furia dijo la bandurria.

Aburrido el búho con el desordenado cotorreo, emprendió el vuelo hacia otro lugar más tranquilo. Alamito había escuchado todo con atención y se quedó pasmado, pensando en los veleros. Le pareció extraordinario saber de los mástiles que usan para navegar. Se imaginó él mismo instalado en un velero y viajando por los océanos.  Qué ganas de conocer todo el mundo. Comenzó a acariciar el sueño de llegar a ser el mástil del velero más hermoso de todos los océanos. Pensó que lo merecía. Nadie como él se había empeñado tanto en crecer tan alto y recto.

Redobló, entonces, sus esfuerzos por seguir creciendo más y más hasta llegar a ser el más alto del bosque.  Orgulloso de su estatura, comenzó a mirar a todos los demás árboles con desprecio. Los veía rechonchos, gordos y retorcidos. Apegados al suelo y sin ambiciones. Él sería diferente. Había nacido para vivir grandes experiencias, lejos de allí y apreciado por todos. Andaría por todas partes y sería muy famoso.

Sobresalir de los demás puede sonar atractivo. Pero implica riesgos. Pasas a ser el centro de la atención. Unos contemplan admirados, otros con envidia y no falta quién trata de sacar provecho.
Alamito el Largo llamaba la atención desde muy lejos, aún antes de acercarse al bosque. Un día lo divisó un leñador que pasó por esos parajes con su hijo.

Dijo al muchacho:
"Ves ese árbol que asoma sobre ese bosque? Debe ser un álamo muy largo. Su madera es blanca y blanda. Cuando está seca arde con facilidad. Lo podríamos cortar para venderlo. Pero es muy largo y no tendremos cómo llevarlo si lo trozamos en pedazos." 

Al día siguiente, padre e hijo llegaron con un caballo y una larga cadena. Entraron al bosque. Cortaron el árbol. Lo amarraron con la cadena y lo arrastraron con el caballo hasta la ciudad donde vivían.

Luego llegaron unos hombres que bajaron de un camión enorme. Venían vestidos con overoles que decían "Compañía Chilena de Fósforos".
"Largo el alamito" dijeron los hombres. "No nos va a caber entero".
Lo trozaron en tres partes, lo subieron al camión y se fueron de allí.
Pasaron los meses y nadie más se acordó de Alamito el Largo.

Durante un gris y tedioso día de lluvia dentro de su casa, el hijo del leñador se entretuvo haciendo barquitos de papel. Los rompía uno tras otro hasta que logró terminar uno que lo dejó muy satisfecho. Fue a la cocina y sacó de una repisa una caja con una etiqueta que decía "Fósforos Extra Largos". La abrió y tomó uno de los largos fósforos de madera muy blanca y cabeza negra que había dentro de la caja. Lo acarició un rato con sus dedos y lo ensartó cuidadosamente en la punta central del barquito de papel. Esperó impaciente, con el barquito entre sus manos, mirando por la ventana hacia la calle.

Cuando la lluvia se detuvo, el niño salió corriendo con su barquito y lo posó sobre el agua que corría calle abajo. Velozmente, el barquito se alejó siguiendo el curso del agua hasta caer en el estero cercano que cruzaba toda la ciudad.

El niño corrió y corrió tratando de alcanzarlo. Al llegar al estero logró ver cómo se alejaba su barquito de papel con el largo fósforo de madera muy blanca y cabeza negra mecíéndose feliz rumbo al río lejano.  Elevó, entonces, los brazos sobre su cabeza, agitándolos como señal de despedida mientras gritaba:
Adiós, Alamito el Largo...!

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