lunes, 4 de mayo de 2020

BREVES HISTORIAS DE RADIO - 7

7.- La persona precisa en el momento preciso.

Implica una gran dosis de audacia, de confiabilidad y visión empresarial muy amplia que un gerente permita libertad de acción a sus empleados. Sobre todo tratándose de medios de comunicación. Y más aún si ese medio es una emisora de radio o TV. Porque acarrea riesgos severos de transgredir el buen criterio y/o el sentido común.
Un simple comentario, una nota periodística o una broma improvisada pueden dar lugar a una catástrofe económica o de imagen.

Para prevenir ese tipo de errores hay barreras de mandos medios estableciendo pautas que rayan la cancha conductual. Existe vigilancia permanente de comportamientos y también evaluaciones.
Algo así como las riendas del caballo. En algunos casos, las espuelas.
Todo lo antes dicho explica la extraordinaria rigidez imperante en los comienzos de la radio y la TV.

Pero la libertad de acción es fundamental para desarrollar iniciativas, creatividad e ingenio. Sin aquella, un medio radial o de TV está condenado al fracaso o, en el mejor de los casos, a sobrevivir a duras penas, sin esperanzas de gloria.

Para administrar la libertad de acción o simularla se implementaron los comités creativos o los "think tanks". Pero eso ocurrió años después de la época de este relato. Entre 1960 y 1970 eran métodos desconocidos en Chile. Locución, animación y publicidad radiales estaban sujetos a textos escritos por libretistas y publicistas.

A menudo pienso que mi suerte tiene bastante similitud con Forrest Gump.
A las 12:33 del domingo 28 de marzo de 1965, ocurre el terremoto de La Ligua mientras cumplía turno en radio Agricultura de Valparaíso.
Diez minutos antes de las 6 de la tarde del domingo 5 de febrero de 1967  Violeta Para comete suicidio y me corresponde anunciar el lamentable hecho por radio Portales de Santiago. 
La parte de mi vida entre esos dos acontecimientos es lo que acá relato.

Inmediatamente ocurrido el terremoto de La Ligua en 1965, junto a un radio controlador, abandonamos los estudios de la radio en la ciudad y nos fuimos al cerro donde estaba el transmisor y su antena. Echamos a andar un grupo electrógeno, enchufamos un micrófono directo al transmisor y salimos al aire. La adrenalina modifica el metabolismo de modo asombroso. Más de sesenta horas hablando sin comer ni dormir. Sólo agua. Cuando llegaron, los jefes nos miraban como a marcianos.
  
En 1965 radio Agricultura de Valparaíso, era una emisora con muy escasa audiencia y carente de una estrategia que permitiera aspirar a un mejor sitial. Cuatro locutores repartíéndonos 16 horas de trabajo en turnos de 4 horas para cada uno. Una monótona rutina diaria deprimente. Insoportable.

Sin premeditarlo, un día planteo este asunto a mis colegas locutores.
Les hago ver que no había sobresaltos pero tampoco un futuro interesante. Propuse hacer un experimento donde no teníamos nada que perder pero mucho por ganar. 

La idea era simple: irrumpir en el turno de otro compañero sin aviso previo y sorprenderlo con un tema cualquiera obligándolo a improvisar un diálogo festivo directamente al aire. Aunque rompía las reglas de la época, lo aceptaron de buen humor.

A partir del día siguiente comenzamos a llegar sin considerar horarios ni turnos. Mientras uno estaba de turno, los demás dialogábamos con él abriendo cualquier tema a micrófono abierto y escogiendo música apropiada. Aparte de eso invitábamos a los oyentes a participar activamente.

Y todo cambió de forma radical. Cada día se llenaba de vida y motivación creciente. La audiencia aumentaba vertiginosamente. Nuestro experimento fue aceptado en silencio por la gerencia y el reloj control donde debíamos marcar entradas y salidas de turnos quedó obsoleto. La emisora fue escalando lugares en las encuestas de sintonía hasta alcanzar el segundo lugar, superada sólo por radio Portales.

Tras la exitosa experiencia supuse que era tiempo de probar suerte en las ligas mayores. Solicité un permiso por 24 horas para viajar a Santiago. Esto dio lugar a una curiosa anécdota.
El gerente me dice que adivina la finalidad del viaje y me pide que lo echemos a la suerte. Abre una caja de fósforos. Toma uno y lo rompe en dos pedazos desiguales. Esconde uno en cada mano y me hace escoger advirtiendo que sólo si elijo la mano que tenga el trozo más largo me dará el permiso.

Hago mi elección y me dice: Me cagaste, weón.
Pregunto por qué y responde: Porque yo sé que te va a ir bien. 

Llegué a las 9 de la mañana a la capital, pletórico de ilusiones.
Partí rumbo a la radio que me quedaba más cerca. Por el camino fui imaginando el encuentro y el tipo de acogida. Literalmente me pasé un rollo completo de película donde el resultado era quedar en ridículo. Al llegar a la entrada de mi primer destino desistí del propósito y volví a la calle. Esto se repitió una y otra vez durante todo el día y en diferentes domicilios de emisoras santiaguinas hasta caer la tarde. 

Derrotado por mi propia imaginación pensé que no debía regresar al puerto sin algo interesante para contar. Consciente del enorme prestigio que tenía el Show Continuado de Radio Portales, a modo de consuelo, decidí asistir a su salón auditorio para presenciar en vivo su desarrollo.

Era un espectáculo estelar diario de 19 a 21 horas con público presente donde desfilaban los artistas más notables de la época. Imperdible. En ese tiempo los estudios y el auditorio de la Primera de Chile ocupaban todo el décimo piso de un edificio en Agustinas 1022. Para acceder había que tomar alguno de los ascensores ubicados al interior de un pasaje.

Ignoraba que los boletos de entrada eran limitados y se repartían previamente.
En el lugar había una enorme fila de personas. Rodeo a la gente y me cuelo a uno de los ascensores. Nadie me detuvo en realidad.
Llego arriba cuando faltan pocos minutos para el comienzo del espectáculo.
Hay carreras de personas en ambos sentidos del pasillo. A mi mano izquierda las oficinas administrativas y a la derecha la sala de controles, los estudios y el salón auditorio. El público sigue abajo, esperando abordar los ascensores.

Me quedo de pie observando el nervioso ajetreo previo al espectáculo. De pronto un señor bajo, gordo, moreno y de grandes bigotes se detiene y me pregunta:
Y quíén es usted? 
Soy locutor, le respondo.
Pero qué hace acá?
Quiero ver el show, le digo.
A ver... Sígame, pero rápido, me dice. 

Poco después descubro que es Antonio Castillo Guzmán,  Jefe de Programas y libretista de la radio. Es el Coordinador del Show Continuado.
Me lleva a su oficina. Ensarta una hoja de papel en una máquina Underwood y la hace volar llenando una carilla completa en no más de un minuto. La saca y me la entrega diciendo: Venga por acá...

Me lleva a una sala de grabaciones. Hace un gesto al técnico a cargo y me dice: Entre ahí...!

Lo miro extrañado y le pregunto: De qué se trata todo esto? .
Me responde: 
Bueno, no me dijo que era locutor? Entre ahí y lea lo que le pasé.

Venía mirando el contenido de la hoja desde que me la entregó.
Era un libreto de animación radial.

Suelto una carcajada y agitando la hoja le comento: 
Pero si esto es lo que hago todos los días sin necesidad de papeles...!

Me mira vacilante y me desafía diciendo: A ver... Entre ahi y demuéstreme.
Ingreso a la salita. Imagino una mañana típica de animación dirigida a dueñas de casa. No alcancé a hablar 30 segundos. Me detiene con un gesto. Me llama y tomándome de un brazo me conduce hasta el fondo de un largo pasillo.
Es la oficina de Raúl Tarud Siwady, Gerente General.
Golpea. Abre a puerta, me empuja con fuerza hacia adelante y le dice:

Don Raúl... Ésta es la persona que andábamos buscando...! 

Raúl Tarud me mira curioso y sonriendo.
Ocurre entonces el siguiente diálogo
---Dónde trabaja ud?
---En radio Agricultura de Valparaíso. 
---Cómo se llama su gerente?
---Alejandro Coronel.

Consulta una libreta. Toma el teléfono y llama. Cuando le responden dice:
---Alejandro, gusto de saludarte. Cómo estás?
---Oye, te llamo por algo bien cortito. Te estoy quitando un locutor.
---Si quieres te mando uno para allá pero éste se queda acá conmigo.

Algún tiempo después, Antonio Castillo me rebautiza como "Hugo Ringo Marchant" y me transfiere la responsabilidad de confeccionar los libretos del Show Continuado.

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