jueves, 1 de julio de 2021

Días de Pinochet preso en Londres 

(Una vieja carta a un viejo amigo.)


Ya es Primavera en Chile. Y las flores han cuajado.

Verdes y turgentes protuberancias carnosas comienzan a hincharse

intercaladas con el nuevo follaje aún tierno.

Recién desenrollándose y luciendo su velo blanco protector del nacimiento.

La promesa de vida nueva repitiendo su ciclo.

El sol pica en el rostro. La Verdad asoma. El sepulcro de Sola Sierra se cubre de flores.

Y quienes permanecemos vivos nos estremecemos.

Viviana Díaz ríe y llora. Y encabeza una marcha por las calles de Santiago.

Yo no sé si debo correr para llevarla en andas, abrazarla y besarla públicamente

para expresarle mi apoyo. Oigo hablar a una hija de la Sola. Y entonces me contengo.

El tierno brote de la Verdad Histórica ya ha crecido. Y miro a mi propia hija.

Hicimos lo correcto, me digo. Ellos pueden, ahora, tomar nuestras banderas.

Y lo hacen, sin vacilar. Nuestros hijos.

Estos, que no vivieron nuestras angustias, desilusiones y quebrantos, han sido capaces de ver,

más adentro de nuestras miradas que tratan de ocultar el desaliento. 

Y se afianza la esperanza. En otros hombres. Desconocidos. En Londres. En España.

Afortunadamente, la decencia parece ser cosmopolita.

No era tan grave que la propia casa estuviera inundada de mierda

o que nuestro aire se hiciera irrespirable.

Todavía existen, afuera, quienes están dispuestos a blandir la espada justiciera

y la limpieza del hábitat humano.

Así es que, conscientemente, me emborracho con el vino que me trajo de regalo

Roberto García, desde España.

Y me nace la perentoria necesidad de decirle que le quiero entrañablemente.

Y que también adoro a su mujer, Pilarisitas.

Que sus risas tocaron mi alma. Que les extraño y les estoy agradecido.

Y brindo, en silencio. A solas, mientras advierto que algunos lagrimones caen sobre mi vaso.

Vaya. Aún puedo llorar por estas cosas. 

Pero, qué importancia pública pueden tener estas cuestiones tan privadas. 

Cuando, en mi país, se debate la estrategia de las "razones humanitarias"

y de la "compasión" para lograr la impunidad de un despiadado miserable.

Para una Bestia humana. La misma que la Liga Protectora de Animales invocara

para el perro que mató a una guagua, en Santiago, hace un mes atrás

y por descuido de sus padres. 

Perdónenlo, señores, pues no supo lo que hizo. Más aún.

Sigue convencido que hizo bien.

Tanto bien que no comprende, ahora, el actual trato a que le someten.

Enjaulado y esperando, en vano, a que alguien lo acoja en su casa. 

Y ya nadie lo quiere. 

Todos le usan, ya sea como excusa o de pretexto para publicitar sus causas. 

El rebrote de follajes y esperanzas reverdece sensaciones y vivencias.

Ya estoy francamente borracho. Exquisito es el vino español del español Roberto.

El lo escogió, cuidadosamente para mí. A sabiendas que conozco de vinos.

Y lo trajo por mano. Y me presentó a su vino y a su mujer.

Un encantador especímen femenino que vibra con la viril, quijotesca y romántica nobleza.

She lites on and fires her deeps dreams face to savage man kindness.

Si tuviera que retribuir con el mejor regalo imaginado para mi amigo Roberto Santa Cruz,

le presentaría a Pilar, diciéndole: 

Aquí tienes a Pilar. Tienes la posibilidad de arrebatármela.

Porque eres mejor y más noble que yo.

Yo sólo cumplo con el deber de luchar por mi país. 

Tú haces lo mismo pero desde afuera y sólo porque te da la gana.

No es tu deber. Y te lo impones, emulando al manchego.

Ella te merece y eso me hace feliz. Y con ganas de seguir viéndoles juntos.

Para brindar, de nuevo, por la Vida y la esperanza.

Y para contemplar, enternecido, cómo Pilar ríe estrepitosamente porque la calle Irarrázaval

ondula ante sus pies. 

He aprendido a hablar con mi gato.

Me he esforzado por modular maullidos y él se esfuerza en modular los suyos.

Y ya nos entendemos. Aprendió a abrir las puertas, parado en sus patas traseras

y maniobrando con las delanteras sobre las manijas.

Abre las puertas y maúlla mirándome a los ojos, de modo que no puedo eludirlo.

Del mismo modo que lo hacía el caballo que mi padre analfabeto apaleaba en el campo

hasta dejarlo sangrando porque éste no le obedecía.

Yo esperaba, escondido, a que acabara la brutal golpiza 

sintiendo en mi propio cuerpo esas torturas. Y luego me acercaba al animal.

Entonces también lloraba porque el noble bruto, con su cuerpo lacerado,

lamía mis manos y, con su hocico, trataba de subirme sobre su lomo.

Y yo montaba llorando. Salíamos a galopar a escondidas.

Porque era "un caballo peligroso y chúcaro".

No había que montarlo sin montura, sin riendas, sin espuelas

y sin freno de hierro atravesando su hocico. 

Tengo muchas tristezas acumuladas adentro.

Por eso me ha hecho bien el vino de Roberto.

Me hace bien contemplar la Pimavera.

Escuchar a la hija de Sola Sierra. A mi propia hija. A mi gato.

El nuevo fallo de Londres.

Hay brotes de esperanza para la Humanidad entera. 

sábado, 6 de junio de 2020

BREVES HISTORIAS DE RADIO - 8

8.- LA RENUNCIA

Renunciar a lo que ha sido tu razón de vivir puede ser traumático. Sobre todo si es lo único que sabes hacer y no se te cruza por la mente dedicarte a otra cosa.
Pero el ego aquí marca la diferencia. 
Tras 15 años en el oficio, la misma persona que me había reclutado en calidad de joven maravilla, hizo que perdiera la mística.
Se juntaron varios factores. Terminaba recién el verano. A comienzos de 1973, el golpe de estado comenzaba a ser un rumor constante y mi inclinación política era públicamente conocida.
Un día, a media mañana, tras la emisión de un tema musical humorístico relacionado con salarios, seguí la broma y comenté que los sueldos en la Portales no eran de los mejores. Simplemente, un comentario festivo.
Al poco rato, Raúl Tarud, Gerente General, irrumpe en el locutorio iracundo. Indignado me grita que si no estaba conforme podía irme de inmediato.
No dijo nada más y se fue echando chispas.
En estricto rigor, siempre dedicaba absolutamente todo el tiempo a la radio. 24/7 como dicen hoy. Un apostolado, descuidando por completo a la familia. La rabieta del jefe supremo me aterrizó por completo.
Renuncié para siempre a esa actividad para ingresar a la Universidad a estudiar Ingeniería Eléctrica.  La nueva profesión me regaló independencia económica y una nueva vida.

miércoles, 6 de mayo de 2020

EL CUENTA CUENTOS

NOTA PREVIA:

Este es el tercer relato que hago de uno de mis cuentos. La versión original ocurrió en 1964, de modo oral improvisado, transmitido directamente al aire, como contenido del programa "El cuenta cuentos", en radio Chacabuco de Quillota, ante un grupo de niños presentes.

La segunda vez, a comienzos de los 80 también se realizó en forma oral, durante un viaje en el vagón de un tren turístico entre Constitución y Maquegua, dirigido a mis sobrinos pero entretuvo casualmente a los demás pasajeros cercanos.

Estas tres versiones difieren entre sí por los elementos de relleno accesorios al argumento eje. Esos accesorios brindan amenidad circunstancial poblando el escenario donde se desenvuelve el personaje central.

Existe, sin embargo, una cuarta versión, inscrita legamente en Chile con el número 61.390 por la escritora ya fallecida Maité Allamand, cuya primera impresión ocurre en 1985. Esta versión difiere de las mías en el relleno accesorio de ambientación y en el remate final. Los lectores podrán sacar sus conclusiones por simple comparación entre las versiones escritas.
Dejo acá un enlace al cuento homónimo de esa escritora:

https://vdocuments.mx/alamito-el-largo.html  

* * * * * * * * * * * * * * * * 

ALAMITO EL LARGO

Los árboles no pueden caminar. Crecen y mueren en el mismo lugar donde nacieron. Donde caen sus semillas o donde alguien los planta.  Pero mientras viven les agrada estar juntos. Y se ayudan entre ellos. Así como los humanos se organizan en ciudades,  ellos forman bosques. Comparten la sombra, la lluvia y el rocío. Así mantienen la humedad del suelo donde habitan.

Los bosques están llenos de sorpresas. Pero solo pueden descubrirlas quienes viven allí por largo tiempo. Están, por ejemplo, los ojos de los viejos troncos. Llenos de arrugas como los abuelos. Vigilan, muy atentos y preocupados, a los desconocidos que se internan a explorar. Sus ceños fruncidos esconden experiencias que los fueron haciendo cada día más sabios. Cada arruga oculta una enseñanza. 

Todos los árboles del bosque aprenden a reconocer sus visitantes.
Porque cada persona que se adentra en un bosque deja huellas. No respetan la hierba ni los hongos ni los nuevos arbolitos que nacen asomando sus brotes entre las hojas secas.

Los adultos, sobre todo, van de prisa, como si su tiempo fuera siempre muy escaso. Sus ojos miran como ideas fijas. Transpiran, ansiosos, por conseguir lo que buscan. Descargan su frustración rompiendo cosas.   

Algunos de los intrusos acuden en busca de leña. Se puede adivinar sus intenciones por las herramientas que portan. Su crueldad va dejando heridas en los troncos a medida que avanzan bosque adentro y prueban el filo de sus hachas. Los árboles del bosque temen a los adultos.

A los niños, en cambio, les sobra el tiempo. Miran todo con asombro. Se abrazan a los troncos. Retozan curiosos y se detienen ante cada cosa que llama su atención.  Llenan sus bolsillos con trocitos de corteza, algunas semillas, hojas de formas raras y flores olorosas. Los habitantes de los bosques se divierten con los niños.

En medio de uno de esos bosques vivía Alamito el Largo. Desde que brotó del suelo se esforzó por estirar el cuello tanto como le fue posible. Tenía una prisa enorme por crecer porque el lugar donde nació era oscuro y silencioso. Se sentía misteriosamente atraído por los rayos de luz que divisaba desde abajo. entre las ramas de los viejos árboles vecinos. Ansiaba conocer el sol.

Pronto aprendió que cuanto más alto se empinaba más rayos de luz podía divisar y había más tibieza en el ambiente. En su afán por crecer nunca engordó demasiado. Se mantenía siempre muy espigado. 

Abajo, cerca del suelo, donde él crecía, siempre todo es apacible. Pero, más arriba, parece haber fiestas y bullicio. En los días de viento sobre todo, las ramas bailan. Las más gordas se mecen lentamente y las más delgadas sacuden con fuerza su entusiasmo. Los troncos más viejos gruñen quejándose del ruido. Mientras tanto, las hojas aplauden, agitadas. Se sueltan de las ramas y giran danzando alegremente. Cuando se cansan, se acuestan sobre el suelo formando alfombras de colores.

De tanto estirarse, Alamito  descubrió que el cielo se llena de pequeñas y brillantes luces cada noche. Y le nació el deseo por descubrir nuevas cosas.
Pero de dónde sacó Alamito la descabellada idea de convertirse en mástil de un velero? Aunque ustedes no lo crean, del canto de los pájaros.

El búho que todo lo sabía dijo que se lo cantó un chercán. El chercán dijo que se lo cantó el jilguero. El jilguero dijo que se lo cantó la diuca. La diuca dijo que se lo cantó el zorzal. El zorzal dijo que lo cantaba el tiuque. El tiuque dijo que lo cantaba el pitío. El pitío dijo que lo cantaba la garza. La garza dijo que lo cantaba la gaviota y la gaviota dijo que se lo escuchó al pelícano. El pelícano dijo que si no le creían, traería al albatros de testigo. El albatros dijo que él sobrevolaba los océanos. Que allí siempre había barcos, veleros y comida en abundancia.

Y qué es un albatros silbó el peuco. Pregunten al gorrión que se cuela por todas partes cantó el cernícalo. Entonces, el gorrión tomó la palabra trinando que el albatros es el ave más grande del mundo, con enormes alas y plumas blancas. Que recorre todos los océanos de agua tan salada que no se puede beber, persiguiendo a los barcos de pescadores.

Pero qué son los océanos chilló el tiuque.
Y qué son los barcos cantó el zorzal.
Y qué son los pescadores canturreó la diuca.
Y por qué los océanos son de agua salada gorgoreó el jilguero.
Y por qué los albatros persiguen a los barcos de pescadores chifló el chercán.
Que el búho nos explique todo cantaron todos en coro.

El búho, encaramado sobre un tronco seco, les cantó todo lo que sabía con estas palabras:

"Los bosques y las ciudades están sobre la tierra. Pero hay tierra solamente en algunas partes. Todo lo demás está cubierto de agua."
"La lluvia que cae lava la tierrra y se acumula en arroyos. Los arroyos se juntan formando ríos y todos los ríos van a dar a los océanos."
"El agua de los ríos arrastra la sal que hay en la tierra y la entrega a los océanos."
"Los océanos son inmensas extensiones de agua salada donde viven los peces que pescan los pescadores."
"Los albatros siguen a esos barcos para quitarles los pescados encerrrados en las redes que sumergen los pescadores para atrapar peces."

Pero de dónde viene la lluvia, murmuró el jote.
El búho lo miró con desgano y prosiguío:

"El sol calienta los océanos. El agua se evapora formando nubes. Las nubes al enfriarse caen en forma de lluvia."
 "Los barcos son como cáscaras de nuez gigantes cnstruidas por los humanos para viajar por los océanos. Pero los más hermosos de todos son los veleros."
"Se llaman así porque usan grandes trozos de lona llamados velas amarradas a enormes mástiles hechos de troncos muy rectos y largos. El viento sopla sobre las velas empujando el velero a su destino." 

Chitas que habla bien dijo el pequén.
Pero cómo tanta agua dijo la tagua.
Eso debe quedar lejos dijo el azulejo.
Hay algo que no entendí dijo el colibrí.
Esto es estrafalario dijo el canario.
La cosa se ve confusa dijo la lechuza.
No me lo imaginaba dijo la pava.
Quién sabe cómo termina dijo la gallina.
No metan tanta bulla dijo la grulla.
Me van a dejar sordo dijo el tordo.
No hablen todos en coro dijo el loro.
Me tienen paranoica dijo la lloica.
Paren la chimuchina dijo la golondrina.
Ya me tienen chato dijo el pato.
Que le ponen color dijo el picaflor.
Cállense que da furia dijo la bandurria.

Aburrido el búho con el desordenado cotorreo, emprendió el vuelo hacia otro lugar más tranquilo. Alamito había escuchado todo con atención y se quedó pasmado, pensando en los veleros. Le pareció extraordinario saber de los mástiles que usan para navegar. Se imaginó él mismo instalado en un velero y viajando por los océanos.  Qué ganas de conocer todo el mundo. Comenzó a acariciar el sueño de llegar a ser el mástil del velero más hermoso de todos los océanos. Pensó que lo merecía. Nadie como él se había empeñado tanto en crecer tan alto y recto.

Redobló, entonces, sus esfuerzos por seguir creciendo más y más hasta llegar a ser el más alto del bosque.  Orgulloso de su estatura, comenzó a mirar a todos los demás árboles con desprecio. Los veía rechonchos, gordos y retorcidos. Apegados al suelo y sin ambiciones. Él sería diferente. Había nacido para vivir grandes experiencias, lejos de allí y apreciado por todos. Andaría por todas partes y sería muy famoso.

Sobresalir de los demás puede sonar atractivo. Pero implica riesgos. Pasas a ser el centro de la atención. Unos contemplan admirados, otros con envidia y no falta quién trata de sacar provecho.
Alamito el Largo llamaba la atención desde muy lejos, aún antes de acercarse al bosque. Un día lo divisó un leñador que pasó por esos parajes con su hijo.

Dijo al muchacho:
"Ves ese árbol que asoma sobre ese bosque? Debe ser un álamo muy largo. Su madera es blanca y blanda. Cuando está seca arde con facilidad. Lo podríamos cortar para venderlo. Pero es muy largo y no tendremos cómo llevarlo si lo trozamos en pedazos." 

Al día siguiente, padre e hijo llegaron con un caballo y una larga cadena. Entraron al bosque. Cortaron el árbol. Lo amarraron con la cadena y lo arrastraron con el caballo hasta la ciudad donde vivían.

Luego llegaron unos hombres que bajaron de un camión enorme. Venían vestidos con overoles que decían "Compañía Chilena de Fósforos".
"Largo el alamito" dijeron los hombres. "No nos va a caber entero".
Lo trozaron en tres partes, lo subieron al camión y se fueron de allí.
Pasaron los meses y nadie más se acordó de Alamito el Largo.

Durante un gris y tedioso día de lluvia dentro de su casa, el hijo del leñador se entretuvo haciendo barquitos de papel. Los rompía uno tras otro hasta que logró terminar uno que lo dejó muy satisfecho. Fue a la cocina y sacó de una repisa una caja con una etiqueta que decía "Fósforos Extra Largos". La abrió y tomó uno de los largos fósforos de madera muy blanca y cabeza negra que había dentro de la caja. Lo acarició un rato con sus dedos y lo ensartó cuidadosamente en la punta central del barquito de papel. Esperó impaciente, con el barquito entre sus manos, mirando por la ventana hacia la calle.

Cuando la lluvia se detuvo, el niño salió corriendo con su barquito y lo posó sobre el agua que corría calle abajo. Velozmente, el barquito se alejó siguiendo el curso del agua hasta caer en el estero cercano que cruzaba toda la ciudad.

El niño corrió y corrió tratando de alcanzarlo. Al llegar al estero logró ver cómo se alejaba su barquito de papel con el largo fósforo de madera muy blanca y cabeza negra mecíéndose feliz rumbo al río lejano.  Elevó, entonces, los brazos sobre su cabeza, agitándolos como señal de despedida mientras gritaba:
Adiós, Alamito el Largo...!

lunes, 4 de mayo de 2020

BREVES HISTORIAS DE RADIO - 7

7.- La persona precisa en el momento preciso.

Implica una gran dosis de audacia, de confiabilidad y visión empresarial muy amplia que un gerente permita libertad de acción a sus empleados. Sobre todo tratándose de medios de comunicación. Y más aún si ese medio es una emisora de radio o TV. Porque acarrea riesgos severos de transgredir el buen criterio y/o el sentido común.
Un simple comentario, una nota periodística o una broma improvisada pueden dar lugar a una catástrofe económica o de imagen.

Para prevenir ese tipo de errores hay barreras de mandos medios estableciendo pautas que rayan la cancha conductual. Existe vigilancia permanente de comportamientos y también evaluaciones.
Algo así como las riendas del caballo. En algunos casos, las espuelas.
Todo lo antes dicho explica la extraordinaria rigidez imperante en los comienzos de la radio y la TV.

Pero la libertad de acción es fundamental para desarrollar iniciativas, creatividad e ingenio. Sin aquella, un medio radial o de TV está condenado al fracaso o, en el mejor de los casos, a sobrevivir a duras penas, sin esperanzas de gloria.

Para administrar la libertad de acción o simularla se implementaron los comités creativos o los "think tanks". Pero eso ocurrió años después de la época de este relato. Entre 1960 y 1970 eran métodos desconocidos en Chile. Locución, animación y publicidad radiales estaban sujetos a textos escritos por libretistas y publicistas.

A menudo pienso que mi suerte tiene bastante similitud con Forrest Gump.
A las 12:33 del domingo 28 de marzo de 1965, ocurre el terremoto de La Ligua mientras cumplía turno en radio Agricultura de Valparaíso.
Diez minutos antes de las 6 de la tarde del domingo 5 de febrero de 1967  Violeta Para comete suicidio y me corresponde anunciar el lamentable hecho por radio Portales de Santiago. 
La parte de mi vida entre esos dos acontecimientos es lo que acá relato.

Inmediatamente ocurrido el terremoto de La Ligua en 1965, junto a un radio controlador, abandonamos los estudios de la radio en la ciudad y nos fuimos al cerro donde estaba el transmisor y su antena. Echamos a andar un grupo electrógeno, enchufamos un micrófono directo al transmisor y salimos al aire. La adrenalina modifica el metabolismo de modo asombroso. Más de sesenta horas hablando sin comer ni dormir. Sólo agua. Cuando llegaron, los jefes nos miraban como a marcianos.
  
En 1965 radio Agricultura de Valparaíso, era una emisora con muy escasa audiencia y carente de una estrategia que permitiera aspirar a un mejor sitial. Cuatro locutores repartíéndonos 16 horas de trabajo en turnos de 4 horas para cada uno. Una monótona rutina diaria deprimente. Insoportable.

Sin premeditarlo, un día planteo este asunto a mis colegas locutores.
Les hago ver que no había sobresaltos pero tampoco un futuro interesante. Propuse hacer un experimento donde no teníamos nada que perder pero mucho por ganar. 

La idea era simple: irrumpir en el turno de otro compañero sin aviso previo y sorprenderlo con un tema cualquiera obligándolo a improvisar un diálogo festivo directamente al aire. Aunque rompía las reglas de la época, lo aceptaron de buen humor.

A partir del día siguiente comenzamos a llegar sin considerar horarios ni turnos. Mientras uno estaba de turno, los demás dialogábamos con él abriendo cualquier tema a micrófono abierto y escogiendo música apropiada. Aparte de eso invitábamos a los oyentes a participar activamente.

Y todo cambió de forma radical. Cada día se llenaba de vida y motivación creciente. La audiencia aumentaba vertiginosamente. Nuestro experimento fue aceptado en silencio por la gerencia y el reloj control donde debíamos marcar entradas y salidas de turnos quedó obsoleto. La emisora fue escalando lugares en las encuestas de sintonía hasta alcanzar el segundo lugar, superada sólo por radio Portales.

Tras la exitosa experiencia supuse que era tiempo de probar suerte en las ligas mayores. Solicité un permiso por 24 horas para viajar a Santiago. Esto dio lugar a una curiosa anécdota.
El gerente me dice que adivina la finalidad del viaje y me pide que lo echemos a la suerte. Abre una caja de fósforos. Toma uno y lo rompe en dos pedazos desiguales. Esconde uno en cada mano y me hace escoger advirtiendo que sólo si elijo la mano que tenga el trozo más largo me dará el permiso.

Hago mi elección y me dice: Me cagaste, weón.
Pregunto por qué y responde: Porque yo sé que te va a ir bien. 

Llegué a las 9 de la mañana a la capital, pletórico de ilusiones.
Partí rumbo a la radio que me quedaba más cerca. Por el camino fui imaginando el encuentro y el tipo de acogida. Literalmente me pasé un rollo completo de película donde el resultado era quedar en ridículo. Al llegar a la entrada de mi primer destino desistí del propósito y volví a la calle. Esto se repitió una y otra vez durante todo el día y en diferentes domicilios de emisoras santiaguinas hasta caer la tarde. 

Derrotado por mi propia imaginación pensé que no debía regresar al puerto sin algo interesante para contar. Consciente del enorme prestigio que tenía el Show Continuado de Radio Portales, a modo de consuelo, decidí asistir a su salón auditorio para presenciar en vivo su desarrollo.

Era un espectáculo estelar diario de 19 a 21 horas con público presente donde desfilaban los artistas más notables de la época. Imperdible. En ese tiempo los estudios y el auditorio de la Primera de Chile ocupaban todo el décimo piso de un edificio en Agustinas 1022. Para acceder había que tomar alguno de los ascensores ubicados al interior de un pasaje.

Ignoraba que los boletos de entrada eran limitados y se repartían previamente.
En el lugar había una enorme fila de personas. Rodeo a la gente y me cuelo a uno de los ascensores. Nadie me detuvo en realidad.
Llego arriba cuando faltan pocos minutos para el comienzo del espectáculo.
Hay carreras de personas en ambos sentidos del pasillo. A mi mano izquierda las oficinas administrativas y a la derecha la sala de controles, los estudios y el salón auditorio. El público sigue abajo, esperando abordar los ascensores.

Me quedo de pie observando el nervioso ajetreo previo al espectáculo. De pronto un señor bajo, gordo, moreno y de grandes bigotes se detiene y me pregunta:
Y quíén es usted? 
Soy locutor, le respondo.
Pero qué hace acá?
Quiero ver el show, le digo.
A ver... Sígame, pero rápido, me dice. 

Poco después descubro que es Antonio Castillo Guzmán,  Jefe de Programas y libretista de la radio. Es el Coordinador del Show Continuado.
Me lleva a su oficina. Ensarta una hoja de papel en una máquina Underwood y la hace volar llenando una carilla completa en no más de un minuto. La saca y me la entrega diciendo: Venga por acá...

Me lleva a una sala de grabaciones. Hace un gesto al técnico a cargo y me dice: Entre ahí...!

Lo miro extrañado y le pregunto: De qué se trata todo esto? .
Me responde: 
Bueno, no me dijo que era locutor? Entre ahí y lea lo que le pasé.

Venía mirando el contenido de la hoja desde que me la entregó.
Era un libreto de animación radial.

Suelto una carcajada y agitando la hoja le comento: 
Pero si esto es lo que hago todos los días sin necesidad de papeles...!

Me mira vacilante y me desafía diciendo: A ver... Entre ahi y demuéstreme.
Ingreso a la salita. Imagino una mañana típica de animación dirigida a dueñas de casa. No alcancé a hablar 30 segundos. Me detiene con un gesto. Me llama y tomándome de un brazo me conduce hasta el fondo de un largo pasillo.
Es la oficina de Raúl Tarud Siwady, Gerente General.
Golpea. Abre a puerta, me empuja con fuerza hacia adelante y le dice:

Don Raúl... Ésta es la persona que andábamos buscando...! 

Raúl Tarud me mira curioso y sonriendo.
Ocurre entonces el siguiente diálogo
---Dónde trabaja ud?
---En radio Agricultura de Valparaíso. 
---Cómo se llama su gerente?
---Alejandro Coronel.

Consulta una libreta. Toma el teléfono y llama. Cuando le responden dice:
---Alejandro, gusto de saludarte. Cómo estás?
---Oye, te llamo por algo bien cortito. Te estoy quitando un locutor.
---Si quieres te mando uno para allá pero éste se queda acá conmigo.

Algún tiempo después, Antonio Castillo me rebautiza como "Hugo Ringo Marchant" y me transfiere la responsabilidad de confeccionar los libretos del Show Continuado.

miércoles, 29 de abril de 2020

BREVES HISTORIAS DE RADIO - 6

6.- LOCUTORES DE ANTAÑO

Eran los días del Mundial de Fútbol del 62 en Chile. Había llegado a Santiago desde el Sur, recién egresado del liceo, con mucha audacia, una mano por delante y la otra por detrás. En una racha de suerte o de buena voluntad del Director, logro ser aceptado como locutor en una pequeña radio emisora llamada Cruz del Sur, propiedad de la DC, asunto que promovían con orgullo y entusiasmo. "La única radio creada mediante Capitalismo Popular". Estaba ubicada en los altos de un edificio que alojaba en su planta baja al cine Continental, al comienzo de calle Nataniel, cerca de la Alameda.

Nunca antes lo había hecho pero deliraba con ese momento. En la época liceana divagaba sobre el desempeño de un locutor escuchando las voces más famosas de entonces. Sergio Silva, Raúl Matas, Oscar Fock, Adolfo Yankelevich, Lolo Achondo, Pepe Abad (El Repórter Esso). Construí una imagen absolutamente idealizada de esa labor y de cómo debería ejercerse mejor.

La ingenuidad y el desconocimiento del medio me condujeron a fundir en una sola tres actividades específicas y diferentes: publicidad, locución y animación. Una herejía.

La realidad, en esa época, era mucho más pragmática y ramplona. Un pupitre muy alto para trabajar solo de pie y un micrófono colgando del techo en una estrecha sala de paredes acolchadas para anular el eco.
Una enorme ventana daba a la sala de controles donde un profesional manipulaba palancas y perillas de volumen, rodeado de aparatos electrónicos.

Sobre el pupitre, un enorme libraco formado por hojas sueltas anilladas. Cada hoja contenía el texto de un aviso diferente. Lo llamaban "taco". Un reloj de pared completaba el amoblado.

Con un simple lenguaje de señas y el botón de un timbre uno se ponía de acuerdo con el radio controlador. Todo lo hablado estaba escrito en el taco.
"Son las ..." y había que mirar el reloj. Cero improvisación.

Los avisos eran kilométricos. Mínimo, un cuarto de carilla. Un relato de todos los productos ofrecidos por el avisador, con precios y detalles tales como colores, talla, procedencia y materiales empleados para fabricarlos. Había que limitarse a leerlos, uno tras otro, sin cambiar ni una coma.  Una rutina que se repetía cada 15 minutos. 

El peor de los avisos, para mi gusto, intentaba promover a Cemento Melón. Una carilla con la historia de la empresa y su Directorio completo. Me pareció aberrante. Una estupidez. Ignorando que era el avisador más importante de la emisora, en un acto compulsivo, llené el texto de rayas y decidí remplazarlo por otro que inventé en ese instante: "PARA RESULTADOS CONCRETOS USE CEMENTO MELON".

Alcancé a repetirlo unas tres veces cada vez que aparecía el texto antiguo en el taco hasta que llegó el Director de la radio, furioso, convertido en energúmeno. Lo más suave que me dijo fue: "Acaso te creís Raúl Matas ctm?". Y me echó violentamente a la calle.

Triste y con la cola entre las piernas deambulé varias horas pensando en la cagada. Resignado y, a modo de consuelo, decidí visitar otra emisora donde trabajaba uno de mis ídolos solo para conocerlo. Eleodoro Achondo me recibe amablemente en los estudios de Radio Chilena y sin preguntar nada me lleva a la sala de locución para que leyera las noticias de esa hora. Directo al aire. Como dicen algunos: "a sangregorio" (sin anestesia).

"Te falta mucho pos cabro" me dice.
Y agrega: "Te voy a mandar a un lugar donde vas a aprender esta cuestión. Tenís plata pal pasaje? Porque te voy a mandar a Quillota. Allá hay una radio donde soy socio del dueño."

Ya no existe Radio Chacabuco de Quillota. Pero marcó mi vida.
Jamás imaginé el recibimiento que tendría. Al contemplar los rostros de mis nuevos compañeros me pasé la película completa en un instante. Se había rumoreado que enviarían "un locutor de Santiago". No estaba la chance de ser humilde. Y asumí el cartelito.

Desde el primer día comencé a cambiar la redacción de los textos de publicidad como creía que deberían ser. Y, por supuesto, hablé con los clientes cuyos avisos iba cambiando. Les pedí que confiaran en esa "nueva forma" de hacer publicidad.

Por ejemplo, convencí al dueño de un restaurant que remplazáramos su latoso comercial por una frase que decía:
"Y qué vamos a hacer esta noche...? Vamos donde Miguelito...!!!".
Miguel Gladinier (QEPD), el propietario, llegó a ser uno de mis grandes amigos. Y la publicidad dio frutos notables.

En una época en que la locución se basaba estrictamente en la lectura de textos escritos iniciamos la aventura de hilvanar ocurrencias y conversaciones directas con los oyentes.
La publicidad se hizo flexible, desenfadada, improvisando directamente "al aire". Eso, hoy, es lo habitual. Indispensable.

La mejor experiencia allí fue montar "El cuenta cuentos". Un programa diario donde, cada tarde, inventaba un cuento diferente frente a un grupo de niños presentes en el estudio de transmisión.  La presencia de las caritas infantiles era fundamental para detectar, sobre la marcha, los efectos de la narración en sus ojos.

Nunca los escribí ni preparé. Solo dejaba fluir la imaginación sincronizándola con la de los niños. Sus rostros lucían muy parecidos a los emojis que hoy usamos en redes sociales. Curiosidad, risa, ansiedad, complicidad, estupor, sorpresa, indignación, frustración y placer acompañaban cada nueva frase agregada. El propósito era estimular las emociones infantiles. Algún día publicaré uno de esos cuentos que aún persisten en mi memoria.

En Radio Chacabuco de Quillota hubo personas extraordinarias.
Augusto Gatica, (QEPD) uno de sus locutores, culminó su carrera años después como lector de noticias en UCV TV y luego en Canal 13.
Otro personaje formidable fue Rolando Schulz Quicker, capaz de escribir un radioteatro en 2 horas con hasta 5 personajes diversos. Luego lo ponía en el aire haciendo él mismo todas las voces. Lamentablemente sufría de alcoholismo. Así malogró su portentoso talento y supongo que debe haber sido causa de su muerte.

Párrafo aparte para quién identifica hoy con su nombre al Estadio Municipal de esa ciudad. Lucio Fariña (QEPD) en aquél entonces daba sus primeros pasos como comentarista deportivo dedicando cada noche a analizar los vaivenes futbolisticos del equipo local, San Luis de Quillota.

Y una nota de profunda gratitud para Séptimo Giraudo Giordano (QEPD), socio principal y fundador de esa desparecida radio. 
Permitió, tácitamente, probar todo el caprichoso arsenal de trucos de animación y publicidad que poblaba mi mente juvenil. Una escuela donde se forjó la llave maestra para acceder, pocos años después, a la emisora más gravitante del país en esos tiempos. 

jueves, 23 de abril de 2020

BREVES HISTORIAS DE RADIO - 5

5.- LOS OFENSORES

Hace 50 años, la Radio era la compañera insustituible, inevitable, imprescindible. El dial AM estaba pletórico de estaciones compitiendo por capturar oyentes mediante programas de música, noticias, humor y radioteatros. Estos últimos gozaban de la mayor popularidad y audiencia con una fidelidad cotidiana, casi religiosa.  

Entre todos los radioteatros, uno de ellos llegó a ser amo y señor de las noches criollas.
LA TERCERA OREJA, a partir de las 22 horas, de lunes a viernes, en Radio Agricultura, se apoderaba de la sintonía chilena de modo apabullante. Su contenido era una elegante mezcla novelada de intriga, suspenso y misterio policial con un relator al estilo de Alfred Hitchcock. Y se mantuvo sin contrapeso durante años.

Para Radio Portales, acostumbrada a ser "La primera de Chile",  resignarse a ceder sus auditores durante una hora cada noche era un tormento insoportable. Mientras busca desesperadamente una solución, la Gerencia contrata al elenco de Christie Brand, guionista y dueña de "Lo que Cuenta el Viento" y "Confidencias de un Espejo", dos emblemáticos y exitosos radioteatros para reforzar la sintonía de horarios cercanos al mediodía sin imaginar que allí venía, sin pretenderlo, una carta de triunfo definitiva y arrolladora.

El esposo de Christie Brand, un completo desconocido hasta entonces en las artes radiales dará un golpe maestro a la cátedra.
Omar Farrer Santamarina propone a los ejecutivos de la Portales crear y montar un radioteatro encabezado por un relator de voz ronca, hipnótica y enigmática guiando historias sórdidas de crímenes inconfesables, sexo, lujuria e inmoralidades. La voz sería la suya propia y natural. Con un detalle subyugante: no serían narraciones inventadas sino relatos de vivencias anónimas enviadas por los auditores de la radio. Y probar suerte en el alicaído horario nocturno. 

Se atrevería el público a enviar cartas contando sus secretos más íntimos y escabrosos amparados en la promesa formal de anonimato?
Una proposición audaz e insólita cuya respuesta ha sido afirmativa ya dos veces en Chile con el mísmo éxito desbordante para dos personajes.
Hace 50 años Omar Farrer y años después Roberto Artiagoitía (el Rumpi).
Sobra decir que muy poco tiempo más duró la era de La Tercera Oreja y comenzó el reinado de LOS OFENSORES. 

Omar era un tipo muy agradable, extremadamente delgado, bajito. Se dejaba una barba sobre el mentón. Reflexivo, observador, muy culto y de lenguaje elegante. Jamás le oí decir un garabato. Nunca nos anticipaba sobre cuál sería el tema de cada noche. Escogía personal y cuidadosamente entre las historias que le llegaban para estructurar sus relatos. Con una única excepción.

Un día nos fue pidiendo la opinión, reservadamente, sobre una de las cartas recibidas. En el asunto no intervino la Gerencia ni jefe alguno. Solo sus amigos más confiables. El relato nos dejó helados. Las dudas nos atormentaron durante una semana. Finalmente, la decisión unánime fue no publicar la historia; dar una sugerencia a los involucrados y guardar el secreto para siempre.

Pero han pasado 50 años...
La carta fue enviada por una joven pareja proveniente de una familia acomodada. A poco de casarse y quedar ella embarazada, su marido muere en un accidente. Eran dueños de un floreciente negocio en el centro de una ciudad grande de Chile. Al nacer su hijo, la joven viuda se vuelca por entero a criarlo descartando cualquiera nueva relación sentimental. Sólo vive para su hijo. Cuando el joven culmina su enseñanza secundaria, ella lo acompaña a la fiesta de Graduación. De vuelta en casa siguen celebrando eufóricos hasta emborracharse.

Esa noche comparten una cama y comienzan una relación incestuosa constante y secreta que los une inseparablemente hasta que ella queda embarazada.  Nadie en el resto de la familia y amistades sospecha nada. Pero el tiempo pasa velozmente y ambos deben tomar una decisión que resuelva sin víctimas la situación que protagonizan. El lazo que han construido es demasiado fuerte como para romperlo. Antes que eso prefieren morir. Deciden escribir a la Radio pidiendo un consejo que los ayude a resolver su horrendo drama.

No se si los lectores van a concordar con nosotros. Lo cierto es que les recomendamos no confesar a nadie más el asunto. Decir a todas sus relaciones que planean hacer un viaje de vacaciones inventando un destino falso. Reducir a dinero todos sus bienes de modo cauteloso y progresivo, abandonar el país para siempre y comenzar una nueva vida con otra identidad en algún lugar del mundo donde nadie los pudiera reconocer.

domingo, 19 de abril de 2020

AGÜEPOTO


Las mujeres siempre marcan a sus hombres. De alguna forma. Porque ellas eligen o se dejan elegir, lo que viene a ser lo mismo. La manera más habitual es el estómago. Apuntan a la guata. Allí donde se sienten mariposas revoloteando cuando alguien se enamora. La Jose no iba a ser diferente. Se llamaba Jocelyn, pero, desde chica, nadie se complicó tratando de pronunciar su nombre completo.
También, desde la niñez, venía oyendo a su madre, decir:
“A éste le dieron agüepoto. Por eso se puso así. Eso no tiene contra y yo se que lo voy a perder.”

El padre de la Jose se fue de la casa cuando ella todavía no era una mujer. Moría de curiosidad por saber qué era el agüepoto. No se atrevía a preguntar porque su madre le tenía prohibido meterse en las conversaciones de mayores. Y esa cuestión se hablaba solamente entre mujeres grandes y sin maridos presentes. Cada vez que un marido se iba de su casa, esa misma frase volvía a aparecer en los comentarios de las mujeres. Pero también cuando un hombre, enloquecido, asesinaba a su pareja. Pero, en éstas ocasiones bajaban la voz y hablaban cuchicheando y no lograba descifrar los diálogos. Algo había sobre una regla que debía cumplirse. Era todo lo que alcanzaba a entender.
La Jose era hija única de un matrimonio de inquilinos de un  predio agrícola en el sur de Chile.
El patrón venía al campo una vez al año, para  las cosechas, al reparto de medierías. En los últimos años, acudía con un hijo suyo, de una edad muy similar a la de la Jose. La madre le tenía prohibido acercarse al patroncito chico porque el futre ponía mala cara.

Había que cuidar las relaciones con el patrón porque se habían logrado mantener gracias a que su madre ordeñaba, hacía quesos, criaba pavos y buscaba medieros para el fundo. Todo en mediería.
Pero los críos crecen rápido. Y hubo un verano en que las miradas de la Jose y del patroncito chico ya no fueron infantiles. Aunque desde lejos, a  ella le dio calor y el muchacho repetía sus miradas. Eso fue todo. Pero suficiente para que la Jose no lo apartara más de su mente.

Para las Cármenes, mataron un chancho. Se juntó harta gente. Y las muchachas solteras se agruparon para contar sus aventuras amorosas.
El Chelo anda empotao con la Tere, decía una, riendo. Ésos van a terminar mancornaos.
Y cómo lo hizo pa dejarlo tan empotao...?
Un estruendoso estallido de carcajadas juveniles apagó la pregunta de la Jose.
Una vez calmada la algarabía, la mayor del grupo, aún sonriendo, le dijo:
-Si querís que un hombre se empote contigo, le tenís que dar agüepoto. Pero no le dai la pasá. Hasta que te pida matrimonio. Y te aseguro que ese hombre no se va a olvidar nunca más de ti. Con eso lo dejai marcado. Tuyo para siempre. Y voh, a quién querís empotar si pasái encerrá nomáh...?

La Jose, roja de vergüenza, arrancó a la cocina para ayudar a su abuela a rellenar unas prietas.
La anciana de agudos ojos negros bajo un moño canoso, un curtido rostro plegado en arrugas, de contextura vigorosa, era franca, ruda y mal hablada. Acostumbrada a todo tipo de labores rústicas. Desde empuñar el arado echándole puteadas a una yegua mañosa, enyugar y picanear bueyes, lavar ropa en el estero y pelar mote con lejía en piedra, hasta cocinar en ollas de fierro colgadas sobre una fogata. En ausencia de su hombre había construido un matriarcado. Y sabía de todo.

-Y tú por qué venís como tomate...? Algo te pasa a vos. Yo te conozco. Habla, chiquilla.
-Tái pololeando o le echaste el ojo a algún tiuque. No me vai a salir con un domingo 7.
-No, agüela. No es ná eso. Es que le quiero preguntar una cuestión y me da cosa.
-Pregunta nomáh, caurita, que pa eso está tu agüela. A mi ya náiden me va a achunchar con na.
-Agüela, qué es esa cuestión que le dan las mujeres a los hombres pa dejarlos empotaos...?
-Weno, chiquilla. Ya estái grandecita, tetona y peluíta. Será mejor que yo te enseñe toitito ahora. Pon mucha atención porque no te lo voy a andar repicando. Tu maire se puede enojar si sabe que yo te lo dije. Ella perdió a tu paire por eso. Por no hacerme juicio a tiempo. Al hombre hay que marcarlo como a los bueyes. Si no lo hacís tú, lo hará la otra. Y te lo quita. Y te caga la vida.
-Te sabís los días en que podís quedar preñá?
Y cuándo será eso? Se pregunta mentalmente.
-La carita que ponís. Mira, chiquilla. Sabís cuando te llega la regla y cuando te le corta, no es cierto?
La Jose, muda de pudor, asiente con la cabeza.
-Weno. Del último día de regla, dejái pasar una semana más.
-De ahí p'adelante y hasta tres días antes que te llegue de nuevo.
-Si te metís con un perico en ésos días, fijo que te pintan un huacho.
-En ésas semanas una anda muy caliente, a veces. Es tanto que se llegan a mojar los calzones.
-Weno. Esa agüita que te corre es el agüepoto.
La Jose está perpleja, abrumada, alucinada por la revelación. Y la abuela sigue hablando.

-Has visto a los animales en celo? Los machos lamen el choro de las hembras. Y ellas se dejan. Y después viene la pelea. Se sacan la cresta entre ellos. Y ella espera. El que gana se la come. Así funciona la cosa. Pero los humanos hacen puras weás. Se bañan. Tratan de eliminar todos sus olores. Y más encima se perfuman los weones. Weones ridículos. La Naturaleza les vuela la raja.

-A los hombres les gusta lengüetear la cosa de las mujeres. Pero tenís que tener cuidado. Mucho cuidado. Si el hombre te llega a lengüetear cuando andai con la regla, se va a trastornar. Les afecta la cabeza. Se ponen violentos, agresivos, obsesivos, posesivos, muy celosos. Endemoniados.  Ahí es cuando llegan a matar a una mujer. Algunas mujeres hacen eso cuando quieren vengarse de un fulano. Pero les sale el tiro por la culata.

El patroncito chico vendrá, desde la capital, acompañando a su padre el próximo fin de semana.
Habrá que esperarlos con una buena cazuela de pava con chuchoca en el fundo.
La Jose tiene intensos sueños húmedos reiterados a causa de su ilusionada pretensión amorosa. Moja abundantemente sus calzones en cada noche previa. Los enjuaga a diario con agua pura que estruja y acumula cuidadosamente en una botella, como si fuera una delicada esencia.
Ella pondrá la mesa y servirá los platos ese día.

Hugo Marchant Q. @Contimasque