jueves, 1 de julio de 2021

Días de Pinochet preso en Londres 

(Una vieja carta a un viejo amigo.)


Ya es Primavera en Chile. Y las flores han cuajado.

Verdes y turgentes protuberancias carnosas comienzan a hincharse

intercaladas con el nuevo follaje aún tierno.

Recién desenrollándose y luciendo su velo blanco protector del nacimiento.

La promesa de vida nueva repitiendo su ciclo.

El sol pica en el rostro. La Verdad asoma. El sepulcro de Sola Sierra se cubre de flores.

Y quienes permanecemos vivos nos estremecemos.

Viviana Díaz ríe y llora. Y encabeza una marcha por las calles de Santiago.

Yo no sé si debo correr para llevarla en andas, abrazarla y besarla públicamente

para expresarle mi apoyo. Oigo hablar a una hija de la Sola. Y entonces me contengo.

El tierno brote de la Verdad Histórica ya ha crecido. Y miro a mi propia hija.

Hicimos lo correcto, me digo. Ellos pueden, ahora, tomar nuestras banderas.

Y lo hacen, sin vacilar. Nuestros hijos.

Estos, que no vivieron nuestras angustias, desilusiones y quebrantos, han sido capaces de ver,

más adentro de nuestras miradas que tratan de ocultar el desaliento. 

Y se afianza la esperanza. En otros hombres. Desconocidos. En Londres. En España.

Afortunadamente, la decencia parece ser cosmopolita.

No era tan grave que la propia casa estuviera inundada de mierda

o que nuestro aire se hiciera irrespirable.

Todavía existen, afuera, quienes están dispuestos a blandir la espada justiciera

y la limpieza del hábitat humano.

Así es que, conscientemente, me emborracho con el vino que me trajo de regalo

Roberto García, desde España.

Y me nace la perentoria necesidad de decirle que le quiero entrañablemente.

Y que también adoro a su mujer, Pilarisitas.

Que sus risas tocaron mi alma. Que les extraño y les estoy agradecido.

Y brindo, en silencio. A solas, mientras advierto que algunos lagrimones caen sobre mi vaso.

Vaya. Aún puedo llorar por estas cosas. 

Pero, qué importancia pública pueden tener estas cuestiones tan privadas. 

Cuando, en mi país, se debate la estrategia de las "razones humanitarias"

y de la "compasión" para lograr la impunidad de un despiadado miserable.

Para una Bestia humana. La misma que la Liga Protectora de Animales invocara

para el perro que mató a una guagua, en Santiago, hace un mes atrás

y por descuido de sus padres. 

Perdónenlo, señores, pues no supo lo que hizo. Más aún.

Sigue convencido que hizo bien.

Tanto bien que no comprende, ahora, el actual trato a que le someten.

Enjaulado y esperando, en vano, a que alguien lo acoja en su casa. 

Y ya nadie lo quiere. 

Todos le usan, ya sea como excusa o de pretexto para publicitar sus causas. 

El rebrote de follajes y esperanzas reverdece sensaciones y vivencias.

Ya estoy francamente borracho. Exquisito es el vino español del español Roberto.

El lo escogió, cuidadosamente para mí. A sabiendas que conozco de vinos.

Y lo trajo por mano. Y me presentó a su vino y a su mujer.

Un encantador especímen femenino que vibra con la viril, quijotesca y romántica nobleza.

She lites on and fires her deeps dreams face to savage man kindness.

Si tuviera que retribuir con el mejor regalo imaginado para mi amigo Roberto Santa Cruz,

le presentaría a Pilar, diciéndole: 

Aquí tienes a Pilar. Tienes la posibilidad de arrebatármela.

Porque eres mejor y más noble que yo.

Yo sólo cumplo con el deber de luchar por mi país. 

Tú haces lo mismo pero desde afuera y sólo porque te da la gana.

No es tu deber. Y te lo impones, emulando al manchego.

Ella te merece y eso me hace feliz. Y con ganas de seguir viéndoles juntos.

Para brindar, de nuevo, por la Vida y la esperanza.

Y para contemplar, enternecido, cómo Pilar ríe estrepitosamente porque la calle Irarrázaval

ondula ante sus pies. 

He aprendido a hablar con mi gato.

Me he esforzado por modular maullidos y él se esfuerza en modular los suyos.

Y ya nos entendemos. Aprendió a abrir las puertas, parado en sus patas traseras

y maniobrando con las delanteras sobre las manijas.

Abre las puertas y maúlla mirándome a los ojos, de modo que no puedo eludirlo.

Del mismo modo que lo hacía el caballo que mi padre analfabeto apaleaba en el campo

hasta dejarlo sangrando porque éste no le obedecía.

Yo esperaba, escondido, a que acabara la brutal golpiza 

sintiendo en mi propio cuerpo esas torturas. Y luego me acercaba al animal.

Entonces también lloraba porque el noble bruto, con su cuerpo lacerado,

lamía mis manos y, con su hocico, trataba de subirme sobre su lomo.

Y yo montaba llorando. Salíamos a galopar a escondidas.

Porque era "un caballo peligroso y chúcaro".

No había que montarlo sin montura, sin riendas, sin espuelas

y sin freno de hierro atravesando su hocico. 

Tengo muchas tristezas acumuladas adentro.

Por eso me ha hecho bien el vino de Roberto.

Me hace bien contemplar la Pimavera.

Escuchar a la hija de Sola Sierra. A mi propia hija. A mi gato.

El nuevo fallo de Londres.

Hay brotes de esperanza para la Humanidad entera. 

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