La radio del MIR
Nota inicial: Lo aquí relatado ocurrió así exactamente. Personajes, lugares y hechos son reales.
Es 11 de setiembre
del 73. Son las 8,45 A.M. "Lobitos", profesor de Matemáticas en la
Universidad Técnica del Estado, despliega un ejercicio sobre el pizarrón. Comienzan
a oírse fuertes explosiones lejanas. Provienen desde el centro de Santiago. (En
aquellos días estaba surcado por excavaciones del futuro Metro).
- Cauros, no podemos seguir la clase! Tá
queando la embarrá allá afuera! Es mejor que se vayan pa la casa!
Salimos tranquilos
de la sala tal y como si todos lo hubiéramos estado esperando. Empezaba el
sueño (o pesadilla) surrealista. Ya, en la Alameda, se detectan signos de anormalidad.
Gritos. Gente corriendo, tratando de alcanzar microbuses y liebres tan repletos
de pasajeros que cuelgan desde sus puertas. Logro aferrarme a una liebre.
Intento llegar a mi domicilio en la Villa Olímpica. Mientras viajo, trato de asimilar
la gravedad de los hechos.
Muchas veces y con
meses de anticipación habíamos analizado este escenario y teníamos certezas
sobre un Golpe de Estado inminente y sus resultados. Sólo dudábamos acerca del
día. Llegando a casa, recibo un recado telefónico urgente de Gladys Díaz, del
Comité Central del MIR. Por ningún motivo debo acercarme a la radio y estar
atento a nuevas instrucciones. Nuevo llamado. Habrá una reunión para decidir lo
que debo hacer con Radio Nacional de Chile que está a mi cargo y es propiedad
del MIR.
Antes que comience
el bombardeo a La Moneda nos reunimos en la calle. Se resuelve que debo esperar
un tiempo prudencial "hasta que las
cosas se calmen". Luego, debo reducir a dinero todo lo factible de vender
en la Radio. Repatir el monto recaudado, entre el personal antiguo de la
emisora, de modo proporcional a sus antigüedades, excluyendo a miembros del
MIR. Un radiocontrolador (El Cara de Monja), los hermanos Luco (locutores) y un
"nochero" (Mayordomo) del edificio serán los únicos beneficiados.
Exijo que se redacte
un documento firmado por los dirigentes donde se establezca por escrito lo
acordado y se diga que se me faculta para realizar la liquidación y distribución
del dinero. Acceden, lo firman y me lo entregan. Nos despedimos deseándonos
mutua "buena suerte". No volveríamos a vernos nunca más.
Una vez solo,
deambulo por las calles del centro, observando, cavilando y evaluando. Llego a
una conclusión. Si pretendo lograr lo que se me ha encomendado, no debo perder
ni un minuto más. No habrá segunda oportunidad. Esos precisos momentos,
mientras se realizan los primeros despliegues militares, son cruciales y mi única
opción. Las Fuerzas Armadas seguramente iban a cumplir sus objetivos en un orden
estricto de prioridades bélicas para la toma de control del país. Ignoro, pues,
las recomendaciones recibidas y, decididamente, me encamino presuroso hacia Radio
Nacional de Chile.
A principios del año
1973, recién terminadas las vacaciones de verano, la Plana Mayor del MIR ya
tenía la convicción de un Golpe de Estado ineludible protagonizado por las
FF.AA. El momento detonante se acercaba veloz. Miguel repetía constantemente:
"Si tuviéramos más tiempo...".
Con ese estado de ánimo me dicen que al Movimiento sólo le quedan en caja doce
mil dólares. Me preguntan si, con ese dinero, será posible arrendar o comprar
una radioemisora. Por esos días los valores de los bienes son absolutamente
disparatados debido a las incertezas sobre el futuro del país. Respondo que voy
a realizar intentos.
Fui directamente
hasta las oficinas de una pequeña radio emisora ubicadas en la calle Santo Domingo
de Santiago. Me recibe Luis Humberto Sorrel, propietario de Radio Nacional, cuya programación musical privilegiaba los tangos. Mi visita es
sorpresiva. El no imagina mis intenciones.
- Ud vendería su radio?
Sorrel ríe. Gesticula histriónicamente,
golpeando la cubierta del escritorio con una mano mientras responde:
- Mire, joven. Si alguien viene y se pone con doce mil
dólares en billetes sobre esta mesa, pero bien contaditos, yo me paro, le
entrego la radio a puertas cerradas y no vuelvo nunca más por acá.
- Está usted hablando en serio?
- Oiga, quiere que se lo diga cantando?
Lo único que
voy a pedir es que me dejen llevarme una mesa de billar que tengo acá. Pueden
quedarse con todo lo demás y hacer lo que se les antoje. Le doy mi palabra.
Vuelvo en la tarde
de aquél mismo día a su oficina. Contamos los billetes. No se firmó ningún
documento legal. Sorrel se llevó los dólares y su mesa de billar, desapareciendo
sin volver más.
Ese día 11, la radio
del MIR, casualmente, no había iniciado transmisiones. El radio operador de esa
mañana debió ser Héctor Contreras (militante mirista, Detenido Desaparecido). Sólo
permanecía en las oficinas, el Mayordomo del inmueble. Me franquea la entrada
con cara de profunda preocupación. Está muy asustado. Lo tranquilizo y le doy
instrucciones:
- Mantenga las puertas abiertas como si el día
fuera completamente normal. Repita una y otra vez labores de aseo aunque no sea
necesario para que permanezca ocupado y relaje los nervios. En cualquier
momento, a partir de ahora mismo, vendrán a allanar estas oficinas. No oponga
resistencia. Permanezca sereno, obediente, atento y callado. Déjelos hacer todo
lo que deseen, incluyendo destrozos. No se alarme por ningún motivo. Ellos no lo
buscan a usted. Si preguntan por el personal de la radio, diga que está extrañado
porque nadie vino a trabajar hoy. Usted no sabe por qué. Cuando advierta que
están terminando y a punto de irse, solicite encarecidamente que, por favor,
dejen algún documento con una constancia del allanamiento. O bien, que dejen
una marca muy visible en la puerta o en las paredes. Insista hasta llorando, si
es preciso, por una prueba de su visita dejando en claro a qué institución o rama
de uniformados pertenecen. Es muy importante lograr eso. Estaré observando
desde lejos los acontecimientos hasta que ellos se vayan.
Y vinieron. Sin
escándalo. Sigilosamente. No rompieron nada. Tampoco buscaron armas. Dedicaron
todo el tiempo a la Discoteca de la emisora. Se llevaron la valiosa Colección completa
de Discos de Carlos Gardel. Funcionarios de civil entregaron al Mayordomo una
constancia escrita de su "allanamiento", membrete institucional incluido.
"Policía de Investigaciones".
- Bien, mi amigo. Ahora no sabemos de cuánto
tiempo disponemos hasta la próxima visita que vendrá en serio y muy violenta.
Tenemos que sacar todo lo que podamos de acá y llevarlo al vecindario pidiendo
el favor que nos guarden las cosas, sin decir nada a nadie. Muebles, máquinas, equipos,
enseres, absolutamente todo lo que se pueda desmontar rápidamente.
Empleados de la
radio y amigos espontáneos ayudaron en la improvisada mudanza. Sólo perdimos la
"consola mezcladora" o mesa de controles. Un reducido grupo de miristas,
muy porfiados, insistió en llevársela para montar una "radio
clandestina". Camino a Puente Alto fueron interceptados por una patrulla
militar, allanados, detenidos y ejecutados.
Antes que concluyera
el día 11, irrumpió en el inmueble un piquete de soldados fuertemente armados
al mando de un militar de grado. El lugar lucía vacío por completo. El
Mayordomo que los esperaba con el "documento" extendido en el
"allanamiento" previo nos contaba, después, que el militar de rango
tomó el papel. Apenas le echó una ojeada. Lo rompió en pedazos y pateaba los
trozos en el suelo exclamando garabatos de grueso calibre:
- Se nos adelantaron los chuchesumadre!
Al día siguiente, 12
de septiembre, trajimos todo de vuelta. Rompimos una sábana blanca y añadimos
los pedazos. Un largo lienzo que decía "GRAN REMATE GRAN", atravesaba
la calle Santo Domingo, desde las oficinas de la radio hasta el local de
diversión nocturna "Catacumbas 2000", ubicado enfrente. En una
semana redujimos todo a dinero, sin inconvenientes. Vendimos hasta los tabiques
interiores para subdivisión de oficinas. A fines del mismo mes se repartió todo
lo recaudado conforme a las instrucciones recibidas, sorprendiendo a los
sindicatos de Locutores y de Radiocontroladores.
Durante los días
finales del "remate" un extraño personaje nos provocaba gran inquietud.
Un caballero de edad avanzada, elegantemente vestido, se instalaba a una media
cuadra a observar todo. Finalmente se acercó a conversar conmigo en la puerta
de entrada.
- Le interesa alguna cosa del remate, señor?
- No. Mire. Yo soy el padre de uno de los Ministros del
Gabinete que acaba de nombrar la Junta de Gobierno y dueño del edificio donde
se halla esta radio. Estoy aburrido de pedir al señor Sorrel en todos los tonos
posibles que me devuelva el inmueble. Ya no sé qué hacer. Sólo me interesa que
me devuelvan esta propiedad para demolerla y construir un edificio nuevo.
Pasé, abruptamente, desde el asombro a la euforia.
- Estimado señor. Le tengo una grata sorpresa.
Estoy a cargo de la liquidación de los enseres de estas oficinas y de entregar
el inmueble a sus legítimos dueños cuando concluya el remate. Le ruego venir la
próxima semana para hacerle entrega personalmente de las llaves.
Poco tiempo después,
ya demolido el edificio, se iniciaron obras de excavación profunda en el lugar para
iniciar una nueva construcción. Sin embargo, estos trabajos me darían una nueva
sorpresa. Mi esposa venía rumbo a casa a bordo de un taxi que enfiló por la
calle Santo Domingo. Al pasar frente a la excavación, el taxista detuvo la
marcha diciéndole:
- Perdone, señora, por lo que hago. Pero no
puedo guardar silencio frente a esto. Aquí hubo una radio emisora que fue
bombardeada por los milicos, dejando sólo este tremendo hoyo!
Años más tarde, una
curiosa noticia vendría a sorprenderme una vez más. Por los medios de comunicación vine a
enterarme que el SII hacía indagaciones sobre Luis Humberto Sorrel y su "no
declarada venta de Radio Nacional".
Nota final: Poco tiempo después de iniciada la dictadura de la Junta Militar, luego de confiscar la radio emisora
denominada "Corporación", procedieron a cambiar su nombre, rebautizándola
como "Radio Nacional de Chile".
No hay comentarios:
Publicar un comentario