sábado, 1 de diciembre de 2012

La Radio del MIR


La radio del MIR
Nota inicial: Lo aquí relatado ocurrió así exactamente. Personajes, lugares y hechos son reales.

Es 11 de setiembre del 73. Son las 8,45 A.M. "Lobitos", profesor de Matemáticas en la Universidad Técnica del Estado, despliega un ejercicio sobre el pizarrón. Comienzan a oírse fuertes explosiones lejanas. Provienen desde el centro de Santiago. (En aquellos días estaba surcado por excavaciones del futuro Metro).
- Cauros, no podemos seguir la clase! Tá queando la embarrá allá afuera! Es mejor que se vayan pa la casa!

Salimos tranquilos de la sala tal y como si todos lo hubiéramos estado esperando. Empezaba el sueño (o pesadilla) surrealista. Ya, en la Alameda, se detectan signos de anormalidad. Gritos. Gente corriendo, tratando de alcanzar microbuses y liebres tan repletos de pasajeros que cuelgan desde sus puertas. Logro aferrarme a una liebre. Intento llegar a mi domicilio en la Villa Olímpica. Mientras viajo, trato de asimilar la gravedad de los hechos.

Muchas veces y con meses de anticipación habíamos analizado este escenario y teníamos certezas sobre un Golpe de Estado inminente y sus resultados. Sólo dudábamos acerca del día. Llegando a casa, recibo un recado telefónico urgente de Gladys Díaz, del Comité Central del MIR. Por ningún motivo debo acercarme a la radio y estar atento a nuevas instrucciones. Nuevo llamado. Habrá una reunión para decidir lo que debo hacer con Radio Nacional de Chile que está a mi cargo y es propiedad del MIR.

Antes que comience el bombardeo a La Moneda nos reunimos en la calle. Se resuelve que debo esperar un  tiempo prudencial "hasta que las cosas se calmen". Luego, debo reducir a dinero todo lo factible de vender en la Radio. Repatir el monto recaudado, entre el personal antiguo de la emisora, de modo proporcional a sus antigüedades, excluyendo a miembros del MIR. Un radiocontrolador (El Cara de Monja), los hermanos Luco (locutores) y un "nochero" (Mayordomo) del edificio serán los únicos beneficiados.
Exijo que se redacte un documento firmado por los dirigentes donde se establezca por escrito lo acordado y se diga que se me faculta para realizar la liquidación y distribución del dinero. Acceden, lo firman y me lo entregan. Nos despedimos deseándonos mutua "buena suerte". No volveríamos a vernos nunca más.

Una vez solo, deambulo por las calles del centro, observando, cavilando y evaluando. Llego a una conclusión. Si pretendo lograr lo que se me ha encomendado, no debo perder ni un minuto más. No habrá segunda oportunidad. Esos precisos momentos, mientras se realizan los primeros despliegues militares, son cruciales y mi única opción. Las Fuerzas Armadas seguramente iban a cumplir sus objetivos en un orden estricto de prioridades bélicas para la toma de control del país. Ignoro, pues, las recomendaciones recibidas y, decididamente, me encamino presuroso hacia Radio Nacional de Chile.

A principios del año 1973, recién terminadas las vacaciones de verano, la Plana Mayor del MIR ya tenía la convicción de un Golpe de Estado ineludible protagonizado por las FF.AA. El momento detonante se acercaba veloz. Miguel repetía constantemente: "Si tuviéramos más tiempo...". Con ese estado de ánimo me dicen que al Movimiento sólo le quedan en caja doce mil dólares. Me preguntan si, con ese dinero, será posible arrendar o comprar una radioemisora. Por esos días los valores de los bienes son absolutamente disparatados debido a las incertezas sobre el futuro del país. Respondo que voy a realizar intentos.

Fui directamente hasta las oficinas de una pequeña radio emisora ubicadas en la calle Santo Domingo de Santiago. Me recibe Luis Humberto Sorrel, propietario de Radio Nacional,  cuya programación musical  privilegiaba los tangos. Mi visita es sorpresiva. El no imagina mis intenciones.

- Ud vendería su radio?
 Sorrel ríe. Gesticula histriónicamente, golpeando la cubierta del escritorio con una mano mientras responde:
- Mire, joven. Si alguien viene y se pone con doce mil dólares en billetes sobre esta mesa, pero bien contaditos, yo me paro, le entrego la radio a puertas cerradas y no vuelvo nunca más por acá.
- Está usted hablando en serio?
- Oiga, quiere que se lo diga cantando?
 Lo único que voy a pedir es que me dejen llevarme una mesa de billar que tengo acá. Pueden quedarse con todo lo demás y hacer lo que se les antoje. Le doy mi palabra.

Vuelvo en la tarde de aquél mismo día a su oficina. Contamos los billetes. No se firmó ningún documento legal. Sorrel se llevó los dólares y su mesa de billar, desapareciendo sin volver más.

Ese día 11, la radio del MIR, casualmente, no había iniciado transmisiones. El radio operador de esa mañana debió ser Héctor Contreras (militante mirista, Detenido Desaparecido). Sólo permanecía en las oficinas, el Mayordomo del inmueble. Me franquea la entrada con cara de profunda preocupación. Está muy asustado. Lo tranquilizo y le doy instrucciones:

- Mantenga las puertas abiertas como si el día fuera completamente normal. Repita una y otra vez labores de aseo aunque no sea necesario para que permanezca ocupado y relaje los nervios. En cualquier momento, a partir de ahora mismo, vendrán a allanar estas oficinas. No oponga resistencia. Permanezca sereno, obediente, atento y callado. Déjelos hacer todo lo que deseen, incluyendo destrozos. No se alarme por ningún motivo. Ellos no lo buscan a usted. Si preguntan por el personal de la radio, diga que está extrañado porque nadie vino a trabajar hoy. Usted no sabe por qué. Cuando advierta que están terminando y a punto de irse, solicite encarecidamente que, por favor, dejen algún documento con una constancia del allanamiento. O bien, que dejen una marca muy visible en la puerta o en las paredes. Insista hasta llorando, si es preciso, por una prueba de su visita dejando en claro a qué institución o rama de uniformados pertenecen. Es muy importante lograr eso. Estaré observando desde lejos los acontecimientos hasta que ellos se vayan.

Y vinieron. Sin escándalo. Sigilosamente. No rompieron nada. Tampoco buscaron armas. Dedicaron todo el tiempo a la Discoteca de la emisora. Se llevaron la valiosa Colección completa de Discos de Carlos Gardel. Funcionarios de civil entregaron al Mayordomo una constancia escrita de su "allanamiento", membrete institucional incluido. "Policía de Investigaciones".

- Bien, mi amigo. Ahora no sabemos de cuánto tiempo disponemos hasta la próxima visita que vendrá en serio y muy violenta. Tenemos que sacar todo lo que podamos de acá y llevarlo al vecindario pidiendo el favor que nos guarden las cosas, sin decir nada a nadie. Muebles, máquinas, equipos, enseres, absolutamente todo lo que se pueda desmontar rápidamente.

Empleados de la radio y amigos espontáneos ayudaron en la improvisada mudanza. Sólo perdimos la "consola mezcladora" o mesa de controles. Un reducido grupo de miristas, muy porfiados, insistió en llevársela para montar una "radio clandestina". Camino a Puente Alto fueron interceptados por una patrulla militar, allanados, detenidos y ejecutados.

Antes que concluyera el día 11, irrumpió en el inmueble un piquete de soldados fuertemente armados al mando de un militar de grado. El lugar lucía vacío por completo. El Mayordomo que los esperaba con el "documento" extendido en el "allanamiento" previo nos contaba, después, que el militar de rango tomó el papel. Apenas le echó una ojeada. Lo rompió en pedazos y pateaba los trozos en el suelo exclamando garabatos de grueso calibre:

- Se nos adelantaron los chuchesumadre!

Al día siguiente, 12 de septiembre, trajimos todo de vuelta. Rompimos una sábana blanca y añadimos los pedazos. Un largo lienzo que decía "GRAN REMATE GRAN", atravesaba la calle Santo Domingo, desde las oficinas de la radio hasta el local de diversión nocturna "Catacumbas 2000", ubicado enfrente. En una semana redujimos todo a dinero, sin inconvenientes. Vendimos hasta los tabiques interiores para subdivisión de oficinas. A fines del mismo mes se repartió todo lo recaudado conforme a las instrucciones recibidas, sorprendiendo a los sindicatos de Locutores y de Radiocontroladores.

Durante los días finales del "remate" un extraño personaje nos provocaba gran inquietud. Un caballero de edad avanzada, elegantemente vestido, se instalaba a una media cuadra a observar todo. Finalmente se acercó a conversar conmigo en la puerta de entrada.

- Le interesa alguna cosa del remate, señor?
- No. Mire. Yo soy el padre de uno de los Ministros del Gabinete que acaba de nombrar la Junta de Gobierno y dueño del edificio donde se halla esta radio. Estoy aburrido de pedir al señor Sorrel en todos los tonos posibles que me devuelva el inmueble. Ya no sé qué hacer. Sólo me interesa que me devuelvan esta propiedad para demolerla y construir un edificio nuevo.

Pasé, abruptamente, desde el asombro a la euforia.

- Estimado señor. Le tengo una grata sorpresa. Estoy a cargo de la liquidación de los enseres de estas oficinas y de entregar el inmueble a sus legítimos dueños cuando concluya el remate. Le ruego venir la próxima semana para hacerle entrega personalmente de las llaves.

Poco tiempo después, ya demolido el edificio, se iniciaron obras de excavación profunda en el lugar para iniciar una nueva construcción. Sin embargo, estos trabajos me darían una nueva sorpresa. Mi esposa venía rumbo a casa a bordo de un taxi que enfiló por la calle Santo Domingo. Al pasar frente a la excavación, el taxista detuvo la marcha diciéndole:

- Perdone, señora, por lo que hago. Pero no puedo guardar silencio frente a esto. Aquí hubo una radio emisora que fue bombardeada por los milicos, dejando sólo este tremendo hoyo!

Años más tarde, una curiosa noticia vendría a sorprenderme una vez más. Por los medios de comunicación vine a enterarme que el SII hacía indagaciones sobre Luis Humberto Sorrel y su "no declarada venta de Radio Nacional".

Nota final: Poco tiempo después de iniciada la dictadura de la Junta Militar, luego de confiscar la radio emisora denominada "Corporación", procedieron a cambiar su nombre, rebautizándola como "Radio Nacional de Chile".